Manifiesto de la Red Feminista Anticarcelaria de América Latina

Ante la globalización del proyecto fascista de muerte del capitalismo patriarcal y racista, que se ha valido de los estados penales para criminalizar a la población pobre y racializada, destruir sus tejidos comunitarios y posibilitar del despojo de sus recursos y territorios, decidimos articular nuestras luchas y estrategias de resistencia con la creación en el 2020 de la Red Feminista Anticarcelaria de América Latina. Si bien nuestros principales espacios de resistencia y de construcción de comunidad son las cárceles femeniles del continente, nuestra lucha es contra los Estados penales patriarcales que funcionan al servicio del capital y que que históricamente han usado la fuerza de la ley para facilitar y justificar la explotación y control de la población empobrecida y racializada.

Si bien esta política de muerte ya estaba siendo confrontada localmente por nuestras organizaciones, fue en el marco de la crisis sanitaria y humanitaria causada por el virus SARS COV 2, que decidimos articular nuestras luchas. La pandemia reveló cómo las condiciones de vulnerabilidad y violencias preexistentes generaron afectaciones diferenciadas y desproporcionadas para ciertos grupos, afectando de manera profunda a las mujeres privadas de libertad. El COVID19 puso en evidencia la crisis carcelaria que se vive en América Latina desde hace varias décadas, que nuestras organizaciones vienen denunciando. Las condiciones de hacinamiento, la falta de servicios de salud, el carácter punitivo de los sistemas carcelarios, los largos procesos de prisión preventiva, la falta de medidas alternativas al encarcelamiento, explotaron ante la crisis sanitaria. Este contexto nos dio la posibilidad no solo de visibilizar las violencias carcelarias, sino de documentar y mostrar cómo las cárceles son parte de un aparato de muerte más amplio que destruye los tejidos comunitarios y facilita el despojo y el avance del capital. Si bien cada una de nuestras organizaciones desarrolla su trabajo en distintos territorios, bajo el control de diferentes Estados penales, las violencias que enfrentamos tienen muchas similitudes y se articulan en un proyecto civilizatorio de muerte marcado por el militarismo, del que las cárceles son un eslabón más.

Nuestros modos de resistir no se limitan a la denuncia del castigo: también tejemos formas de vida que desafían su lógica. En espacios donde el encierro pretende imponer el silencio y la fractura, hemos sembrado talleres, bordados, relatos, acciones performáticas, escuelas populares y diversos tipos de publicaciones. Estas prácticas no son decorativas ni secundarias: son metodologías de cuidado y herramientas de transformación. Desde la piel hacia afuera y desde adentro hacia lo colectivo, hacemos del arte, la educación popular y la escritura métodos políticos que restituyen humanidad, activan memoria y proyectan otros futuros posibles.

Al mismo tiempo, cuestionamos las ficciones que sostienen el sistema penal, como la reinserción social que responsabiliza individualmente a las personas que fueron dañadas por estructuras de exclusión. Frente a eso, construimos vínculos que no buscan corregir sino reparar y acompañar. Lo hacemos desde una ética radical del cuidado, donde la política se enraíza en el afecto, en el cuerpo, en la escucha atenta y el sostén mutuo. Esta Red, al articular territorios y saberes diversos, se vuelve un espacio común para imaginar lo que aún no existe, pero que todas deseamos: una justicia sin jaulas, sin castigos, sin olvido.

En los diálogos establecidos en estos cinco años, nos hemos preguntado colectivamente por las similitudes y diferencias, por las características de cada suplicio que compone el encierro, por las implicancias del castigo, por las armas del verdugo que trascienden el territorio cárcel, por las heridas y las cicatrices que nos dejan las violencias estructurales en nuestras vidas, aquellas que persisten en este continente desde hace más de quinientos años: violencias de género, clase y raza que se conectan y combinan de formas diferentes.

Pero allí no terminan nuestros interrogantes. También nos preguntamos cómo hacer una bitácora de tácticas y estrategias, de contra efectuaciones, un registro de acciones afectivas, de acompañamientos mutuos, de segundeos cuerpo a cuerpo, palmo a palmo, espalda con espalda, palabra a palabra a la hora de llamarnos compañeres. Hemos compartido también nuestras estrategias de defensa de la vida, dentro y fuera de las prisiones, así como nuestras formas de hacer política desde las resistencias cotidianas. ¿Cómo generar huellas que atestigüen las experiencias del camino recorrido? ¿Cómo hacer del arte, la educación popular y la escritura herramientas vivas sobre nuestro piso común? ¿Cómo hacerlo más allá de la latitud y longitud en la que estamos, a distintos grados de espacialidad, pero conscientes del carácter transnacional de los problemas enfrentados?

Todas estas preguntas surgen de nuestro deseo común de reformular las condiciones actuales de vida, colectivamente, sin borrar las diferencias inscritas en nuestros cuerpos y lenguas. Apostamos a la reparación comunitaria de lo que con saña la justicia punitiva y patriarcal destruyó. Caminamos siempre valorizando e intentando aprender de las experiencias de todes aquelles que nos antecedieron en este largo camino de luchas. Principalmente, hemos aprendido y queremos dar continuidad a teorizaciones y prácticas feministas y abolicionistas que hablan sobre la necesidad del cuidado colectivo de la vida.

Esta es una Red de organizaciones feministas y transfeministas que habitamos el Abya Yala desde la diversidad y el desafío de articular nuestras múltiples perspectivas. Aquí confluimos colectivas, organizaciones y proyectos de Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Guatemala, México y Venezuela, que venimos tejiendo a puntadas de hilo y aguja preguntas que mantienen en movimiento nuestras trayectorias y recorridos, con prácticas que surgen desde la incomodidad con la Justicia Patriarcal punitiva y la red de violencias con que se articula: la apropiación y explotación de cuerpos, territorios y saberes para generar privilegios y acumulación de riqueza.

El recrudecimiento de discursos de extrema derecha impacta significativamente en nuestras prácticas feministas y anticarcelarias, intensificando la violencia estatal, la criminalización y el control territorial paramilitar. Esta ola fascista no es solo retórica: se traduce en políticas punitivas, represión de la protesta social y un cerco cada vez más estrecho sobre los cuerpos, las comunidades y los territorios. Ante este panorama, nuestras respuestas se afirman en el cuidado mutuo, las alianzas entre organizaciones y la resistencia colectiva.

En estos tiempos en que el genocidio se justifica en nombre de la seguridad, y el militarismo en nombre de la paz, resulta cada vez más urgente dar la batalla para develar los disfraces de las violencias patriarcales y racistas que están acabando con las vidas de nuestras hermanas palestinas y su pueblo, tanto como atenazan a los pueblos a Abya Yala y el mundo. Esta Red permanece atenta a desorbitar la norma y desplazar la hegemonía de esos imaginarios, los que desde sus orígenes alojaron el consenso de la esclavitud y la explotación (de mujeres y disidencias, de negres e indígenas, de empobrecides y desposeídes, de neurodivergentes y discapacitades). Nuestro objetivos es tejer nuestras militancias sostenidas por años en nuestros territorios, construir juntas nuevos imaginarios políticos que nos permitan proponer una justicia feminista más allá de las cárceles y los punitivismos de los Estados patriarcales.

https://feministasanticarcelarias.org/

A quince años de mi detención. Juan Aliste Vega

«Hay que saber experimentar la libertad para ser libres,

hay que liberarse para poder hacer experiencia de la libertad…»

(Ai ferri corti)

Hace ya quince años —julio del 2010— fui capturado por la Interpol en la ciudad de Buenos Aires, usando información datada por las más serviles existencias, cruzaron las fronteras e hicieron de nuestras vidas un espectáculo productivo para sostener las instituciones de represión aguda. Son expertos en formar patotas, en sumergir y secuestrar; buscan conocer el límite del cuerpo y de la convicción. Son expertos en negociar con personalidades destruidas por su misma traición, están formados en prácticas dictatoriales, represivas e imperiales que se extienden en tiempos históricos y espacios geográficos.

Esto no se trata de una historia personal, ni de personajes de una historia; no hay aquí la pretensión de ser referente o arrogante, en lo absoluto. Porque no se trata de nosotros, más bien se trata de ellos, del poder y los poderosos, y de cómo habemos algunos y algunas que no encarnamos la derrota y hemos perseverado en acciones porque no caemos en la dicotomía de que lo militar y lo civil —o la dictadura y la democracia— son cosas distintas.

Son, por cierto, la continuidad del orden: una hace posible la otra y la otra la consolida, estabiliza la conquista obtenida. Tampoco nos acomodamos en la derrota moral, vivimos desde la idea obstinada de desobediencia, no nos hemos permitido la derrota, está ahí latente la rebeldía, no nos convencieron. Seguimos intentando y pensando, con un pequeño sesgo de impotencia y tristeza, que no se limita ni por un segundo en rumiar sobre qué es lo que hizo y no debió haberse hecho o lo que está mal en las acciones que persisten, no nos han despojado de la posibilidad de pensar la realidad y el presente, ni de la pretención de actuar sobre él.

Así es como, doy cuenta del latido de mis convicciones, de este pequeño andar consecuente como subversivo, siempre desde lo antagónico y en constante confrontación con un enemigo que trasciende coyunturas.

Es un recorrido que se inicia con la decisión de la lucha militante contra la dictadura, contra cada uno de los poderosos de turno, sus diferentes administraciones de poder, y desde la “transición” hasta su democracia policiaca y pastera. ¡Siempre, siempre, enemigo del estado! En militancia o autonomía, en organización o afinidades, en la palabra y la acción.

El ánimo no es presentarse como ejemplo de una experiencia extraordinaria e irrealizable, por el contrario, si esta lectura da lugar al aprendizaje de que siempre se puede dar batalla a los poderosos, no desde un podio o un lugar inalcanzable, nunca desde un pasado arrogante. Hablo y escribo desde un camino ininterrumpido que pertenece a todxs quienes, dueños de nuestras vidas, nos sentimos libres y dispuestos a seguir confrontando al poder y sus sostenedores de miserias.

Constato mi pequeño sesgo de impotencia y tristeza, no es justo acallarlo ni inoportuno declararlo. En este camino de lucha, casi 28 años de mi vida han transcurrido en prisión; he sido testigo de sus distintos formatos, cambios, y también de la «categorización» de turno. He sido tildado de delincuente «común», prisionero político y terrorista, entre otros epítetos que, con mayor o menor acierto, hablan el lenguaje del poder. He transitado distintas cárceles en territorio dominado por el estado chileno y argentino. He resistido regímenes disciplinarios de alta o máxima seguridad, aislamiento, incomunicación; he resistido situaciones complejas y he vivido dolor.

Una vida de batalla contra el día a día, contra los sinsentidos del planeta cárcel. Un camino difícil, a veces lento y otras vertiginoso; distante del mito y la moda pasajera de la rebeldía.

No ha sido una decisión de paso, ha sido con convicción, una decisión de vida, real. Porque he procurado, a contrapelo, marcar un derrotero a partir de la consecuencia, ofrendar con pequeños granos de arena a la convicción inquebrantable de lucha, a la mía y a la de otrxs.

Del paso por la tortura, no pretendo ni hablar ni escribir… solo he de sintetizar que se fue un trozo de mi vida, y no haber entregado nada al enemigo, sigue como tesoro que acompaña cada paso. No delaté ante los agentes de la democracia entrenados en dictadura; ni la primera, ni la segunda, ni la tercera vez. Reivindico, además, a lxs muchxs que han resistido dentro de sí mismxs y no han sucumbido a la delación, en contexto de tortura y no. La historia ha necesitado disolver estas historias en absurdas justificaciones como parte de la retórica de la paz.

Componer la figura de superhombres y de heroínas que resisten los embates es un delirio conformista. La delación, en el contexto que sea, significa hoy y significó antes el arrojar a compañerxs a la tortura, la muerte o la cárcel; socavar los proyectos, y vivir para siempre consigo mismx.

Esta complicidad he abrazado, esta paz entre nosotrxs y guerra contra aquellos, la solidaridad y el desencanto, el puño cerrado, la sonrisa incontenible de los aciertos y las lágrimas tatuadas del dolor y la muerte. Pero siempre la tranquilidad.

Los años más intensos de este caminar sin retorno los volvería a vivir íntegros en esta o cualquier otra vida.

Nada de esto hace caso omiso de la autocrítica, como un espejo de sí mismo, sin dejar de aprender-aportando, no dejar en el cómodo olvido las razones por una forma de vida que reconoce como motor de su acción la miseria, el capitalismo, la depredación y el enajenante andar del consumo. Pequeñas razones que en un mundo de poderosos son más que válidas, no solo para resistir, sino que son urgencia de pasos directos a la confrontación.

No son ideas en disputa, es saberse conscientemente libres y defender el oxígeno de la libertad, es ser dueños reales de nuestras vidas y latidos… No solo desde el cuestionar, el odiar o criticar, menos aún cuando el abanico del poder entrega una variedad de atajos conscientes o inconscientes para mantenernos oprimidos, institucionaliza la resistencia y fija válvulas de escape que conservan intocable bienestar al opresor.

En esta constante realidad que la memoria se tranza en un ordenador y la tecnología hace todo más surrealista e inalcanzable. Simulación de un escenario donde todo se ha dado por perdido, ya que supuestamente no queda nada por escribir, nada por vivir ni crear. Prima la obsesión de nutrir esta nueva forma de dominación, con una inteligencia artificial que subyuga el cuerpo y rostro de la revolución a piezas de una historia antigua, relegadas al museo. Cuando basta con solo un segundo para abrir los ojos y ver la tristeza en los rostros, ver niñas y niños que ya no lo son, ver droga como alimento, ver esa violencia económica en la que unos cuantos tienen recursos para toda su casta, generación tras generación, a costa de muchxs otrxs.

Basta un segundo para ver que la forma de vida promocionada, incrustada, vendida, halagada y defendida por los poderosos, se presenta como única manera de vida. ¡Es una mierda!

No hay recetas o atajos en la confrontación directa, solo tenemos las herramientas del combate subversivo, antagónico y permanente contra el estado. Tenemos la autocrítica constante desde el aprendizaje y la práctica.

Tenemos la humildad de sabernos materia dispuesta en la lucha, considerando a cada quien, con sus capacidades y ganas, en igualdad de condiciones, ningún acto en desmedro de otro, ninguna acción invalida otra, ningún individuo idealizado por sobre uno mismo. Aunados desde el instante en que tomamos posición, en este camino sin retorno de emancipación.

En esta nueva suma de 15 años de prisión al día de hoy, despojo de toda arrogancia y brindo las gracias a mis seres amados porque también es y ha sido su prisión. Lxs miro con admiración, ha pasado tiempo, a todxs se nos ha ido un pedazo de vida. Hemos sido capaces de estar juntxs en las malas y las peores, nunca ha faltado una sonrisa ni un cariño, ha faltado de todo, menos el amor y la certeza: ¡somos amor en guerra!

Con mis cercanos y afines me reafirmo, compañerxs, son aquellos que me conocen y que sin duda alguna sabrán dar cuenta de mucho mejor manera de mis actos. Gracias por la consecuencia mezclada con ternura…

Complicidad incondicional con aquellxs que persisten en la confrontación directa, con lxs fugitivos y lxs corazones negros de la fértil subversión. Un guiño revolucionario en esa complicidad que espero seguir sosteniendo, así como cuando me toque desde cualquier otro lado/lugar, aunque sea un centímetro fuera del muro, no me tiemble la mano ni la convicción para continuar siendo un aporte, siendo lo que soy en este caminar maravilloso de la subversión…

Estas letras buscan ser un poco más que un saludo de cortesía. Vamos juntos en complicidad de lucha contra el estado y en posición de lucha dentro de la prisión.

Reivindico el método y la organización horizontal, un quehacer en contexto de confrontación, que aglutina la vivencia de lucha, la actualiza y la divulga (sin propósitos académicos ni de ponencias en algún bar).

Apuesto porque fluya la experiencia de la mano del entusiasmo, que esto permita cada vez más certeza y precisión en la puntería contra los poderosos, aspiro a que los métodos se compartan, abriendo la posibilidad de acción, que los medios y capacidades se pongan en práctica, dejar atrás lo «artesanal», considerar los errores en este aprender haciendo.

Recojo la acumulación transversal del caminar de quienes, con anterioridad, transitaron un camino de lucha y desplegaron un accionar revolucionario contra el poder, contra quiénes lo sustentan y contra sus instituciones. Asimilo aconteceres de distintos territorios, desde el Walmapu y su resistencia ancestral, pasando por las expresiones de guerrilla urbana y su accionar contra los poderosos.

El para qué, o los objetivos, serán parte del arranque de quienes tomen posición y decisión de lucha en este presente y sus realidades.

La exigencia dentro de una realidad dinámica y sus particularidades requiere creatividad e inventiva, un aprendizaje constante y en movimiento, dedicación, persistencia, convicción y más convicción, requiere de nosotrxs: amor entre los nuestrxs y odio para aquellos.

Materia y objetivos los hay por todos los rincones de esta podrida sociedad capitalista y cada acción está a la vuelta de la esquina.

A quince años de mi detención he querido verter estas palabras. Una crítica a la autocrítica como simplificación política que invalida la tentativa revolucionaria. Nuestra realidad ha sido tremenda, y también lo ha sido nuestra resistencia.

¡¡Memoria, resistencia y subversión!!

Juan Aliste Vega – Julio de 2025

Fuente: Lazarzamora

 

Muerte en la prisión de Huelva

Ayer día 7 de julio de 2025 recibimos la trágica noticia de que, una vez más, se nos ha ido alguien especial, perdiendo la vida entre las rejas oxidadas de una prisión, con los arrogantes muros por testigo.

Supimos de la trágica noticia a través de la llamada directa de un familiar a una de las componentes de la Coordinadora de Familias y Pres@s y fuimos informadas de que el suceso, la muerte de nuestro compañero Ramón, ocurrió el domingo 6 de julio de 2025 en el Departamento de Aislamiento del Centro Penitenciario de Huelva.
Ramón era una persona íntegra y valiente que no dudaba en poner voz y explicar el maltrato que recibía por parte del sistema penitenciario en las diversas cárceles donde estuvo, que no fueron pocas. Cumplía una pena de prisión y sorprendentemente, le quedaba muy poco para su licenciamiento definitivo.

Natural de Huelva y con tan solo 35 años, mantenía contacto con diversos colectivos y entidades, como «Katearen Loturak», la «Asociación pro Derechos Humanos de Andalucía» o nuestra misma «Coordinadora de Familias y Presxs» así como esa gente que de modo individual, están sensibilizados con la lucha por los derechos de las personas en general y los derechos de las personas privadas de Libertad en particular, y todas y cada una de nosotras estábamos de acuerdo en algo: “Ramón estaba en el límite”, muy cansado de sufrir penurias y malos tratos. Lo tratamos de ayudar a través de las distintas posibilidades existentes, como darle soporte a través de carteo, comunicaciones o bien poner su situación en conocimiento del Defensor del Pueblo a través de escrito o bien realizar llamadas telefónicas en masa al centro penitenciario, preguntando por su estado de salud (a sabiendas de que no nos iban a informar y con el fin de que el centro penitenciario fuera consciente de que había gente atenta a lo que ocurría).

Tras la última situación complicada por la que pasó, en la que tuvo una crisis que se saldó con 155 grapas en brazos y piernas en un intento autolítico ocurrido en la prisión de Córdoba. De este hecho tuvo conocimiento el Defensor del Pueblo y obviamente, todos los denominados profesionales, los cuales es innegable, no actuaron debidamente, visto el resultado.
Tras este incidente fue trasladado al Centro Penitenciario de Huelva y según fuentes «Los Protocolos de Prevención de Suicidios» (conocidos por su demostrada ineficacia) estaban activados.
A pesar de que su problemática de patología dual era por todas conocida, fue trasladado al Departamento de Aislamiento en Primer grado, lugar y régimen poco o nada recomendable para una persona que ha pasado por lo que pasó recientemente y por lo que sabemos, “vivía solo en la celda donde falleció”, con lo que de ello se desprende…

Desconocemos los detalles de éste más que cantado y lamentable suceso, sin descartar ninguna posibilidad, pero sea como quiera que haya sido, estamos seguros de que quien lo ha matado ha sido la prisión, un sistema salvaje y cruel que, como -lobo con piel de cordero-, afirma teenr la intención de querer rehabilitar y reinsertar a sus inquilinos cuando en realidad los desestructura, los desocializa, los despersonaliza, los castiga duramente y acalla en seco dignidad e ilusión, echando gruesas mochilas cargadas de pesadas piedras con esquirlas de metal sobre las espaldas de familiares y de aquellos que sin ser familia directa, sentimos cada uno de estos episodios como nuestros, porque hay que decirlo, no es una, son muchas, y estamos ya muy cansadas de ello.
La maquinaria penitenciaria es como una cuchilla de afeitar ante unos pies descalzos.

Ramón nunca calló y siempre alzó la voz ante las injusticias, entró en prisión a cumplir una condena, no a morir y hoy, puesto que sin voz te dejaron, compañero, queremos alzar la nuestra para denunciar en voz alta a los responsables de tu ausencia, a aquéllos que hicieron, o bien a aquellos que nada hicieron cuando deberían haberlo hecho. Dependerá.
E.P.D.

¡Abajo los muros de las prisiones!
«Coordinadora de familiares y Pres@s»

Chinches, sarna y torturas en la cárcel de Mansilla de las Mulas

Hace tres semanas este grupo de apoyo a personas presas tuvimos conocimiento de que una plaga de chinches campaba a sus anchas en la prisión de León. Los hechos son como siguen:
1° El 31 de mayo, la madre de uno de los chicos afectados se pone en contacto con nosotr@s.
2° Su hijo pidió el traslado desde la prisión de Las Palmas de Gran Canaria a la península, llegando a Mansilla sobre el 23 de diciembre de 2024.
3° Ya venía con algunos picores y ronchas en la piel que no fueron tratadas en la cárcel de León hasta febrero de este año.
4° A partir de ahí, su situación no ha hecho más que empeorar, por lo que solicitó en numerosas ocasiones ser visto por el médico de la prisión.
5° Le han recetado sin diagnóstico alguno el siguiente listado de cremas y pastillas: clovate crema( para la psoriasis); diprogenta crema antibiótico( para psoriasis y otros problemas de la piel); permecure crema( para la sarna); elocon crema( para picores) con corticoides; esvastina pastillas (antiestamínico); atarax( ansiolítico); enstilar espuma( psoriasis); diproderm( antiflamatoria y contra el picor); halibut crema( para diversos problemas de la piel como rozaduras, irritación, quemaduras…), más un pinchazo que no sabe de qué.
6° El protocolo consistía en aislarle unos días en enfermería y devolverle a la celda sin aplicar las más elementales reglas de higiene, cómo cambio de colchón, de la ropa de cama, toalla, ropa personal…
7° Hace 15 días, al menos otras 10 personas de su módulo, el 14,
empiezan a sentir picores y aparecen las primeras ronchas en manos, brazos…
8° La manera de proceder es idéntica. Aislamiento en enfermería durante unos días, dispensado de cremas diversas y vuelta a la celda con condiciones higiénicas pésimas.
9° Mientras, el primer afectado tras mucho insistir, lo que le acarreó unos días de castigo en aislamiento, salió el 18 de junio a una consulta externa en dermatología, en el hospital de León, que confirma que se trata de sarna en un estado muy avanzado, afirmando que es inhumano que lo hayan tenido de esa manera y añadiendo que si no seguían el protocolo de cambiar la ropa todos los días junto con el tratamiento médico adecuado, no se iba a curar.
9° Al salir de la consulta, la guardia civil se niega a entregarle el informe médico, con la excusa de que no tiene derecho a tenerlo y que lo entregarán en el servicio médico de la cárcel.
10° A día de hoy sigue sin recibir el tratamiento indicado por el dermatólogo, al resto de sus compañeros les van aislando y devolviendo a celdas mientras empeora su situación. Uno de los afectados ha renunciado al colchón y duerme en el suelo desde hace unos días.

El abandono sanitario que sufren las personas presas en este país es una vergüenza intolerable. No se trata solo de que las plazas del personal sanitario no se cubran. La atención que reciben l@s pres@s es insuficiente, muchas veces inexistente, inadecuada, vejatoria, como lo demuestra el hecho de estar acompañados en consulta por las fuerzas del orden y en el caso que nos ocupa, es un ejemplo paradigmático de tortura, reconocido por organismos nacionales e internacionales que cada año señalan al Estado español por sus flagrantes incumplimientos.
Exigimos a la dirección de la cárcel y al Servicio Territorial de Sanidad de León que todos los afectados sean vistos inmediatamente por especialistas para que les apliquen un tratamiento adecuado a su dolencia, que se adopten todas las medidas necesarias para erradicar esta plaga, antes de que se convierta en un problema de salud pública.
La sarna si no se trata a tiempo y de forma tajante puede provocar secuelas de por vida, y hasta la muerte. La desesperación que sufren estas personas por los insoportables picores junto con el trato humillante por parte de los servicios médicos de la prisión les pueden llevar a situaciones límite de las que serían responsables todos aquellos que no hicieron nada para evitarlas.

Carcelerx, no me toques las cartas

Empezamos a difundir esta campaña en la que junto a otres compas de lucha anticarcelaria y la sección sindical de CGT Correos, compartimos este comunicado para denunciar y tratar de visibilizar, la intervención y manipulación del correo que llega a las prisiones del Estado Borbón por parte de carcelerxs que el ministerio del interior emplea en sus centros de reclusión. Las cartas no desaparecen solas y no se abren solas. De forma recurrente vemos -nosotrxs desde fuera y lxs presxs desde dentro- como la correspondencia es leída, abierta, manipulada, extraviada o devuelta. Ante estos hechos tan graves, la respuesta que se da siempre desde las prisiones es que es culpa de Correos. Evadiendo así su responsabilidad, escupiendo falsas excusas y, lo que casi que es peor, echando la culpa a lxs trabajadorxs de Correos. Animamos a más grupos, secciones de Correos y personas individuales a difundir este comunicado y posicionarse ante la manipulación del correo.

Actualización encausadas 1º de mayo 2023

Durante la manifestación del 1º de Mayo de 2023 cuatro compañeras anarquistas fueron detenidas bajo una acusación de daños graves y desórdenes públicos con agravante de disfraz. En los meses posteriores, los Mossos d’Esquadra efectuaron 8 detenciones más bajo las mismas acusaciones. Se trata de un total de 19 denuncias de daños por los destrozos que en la manifestación del día del trabajador se cometieron contra bancos y otras entidades del capitalismo. Las 12 compañeras se encuentran actualmente en libertad provisional a la espera de juicio oral.

En las últimas semanas, la fiscalía ha hecho llegar el escrito de acusación y pide, a cada una de ellas, hasta 8 años de prisión, además de una responsabilidad civil a pagar compartida de 478.000€ por los destrozos sucedidos durante la manifestación. Los embargos de sus cuentas bancarias y propiedades ya han tenido lugar. La fiscalía pide también órdenes de expulsión del Estado español muy detalladas, la prohibición a todas ellas de ir al centro de Barcelona durante 6 años y una pena multa de 6000€ por persona.

Esta elevada pena es resultado del control policial diario al cual todas nos vemos sometidas, así como del deseo del Poder de arruinar cualquier indicio de disidencia. Luchamos contra la autoridad y por unas vidas que merezcan la pena ser vividas. Su represión no nos para.

Solidaridad con las compañeras encausadas por el 1º de Mayo de 2023!

Fuente: Ègida

Iniciativa por la libertad de Antonio Arevalillo Sanz

Antonio Arevalillo Sanz (Segovia, 1958) desde los 9 años creció en el barrio bilbaíno de Zorroza y en los años 70, como otros muchos jóvenes de origen humilde, se dedicó al atraco de bancos, joyerías y supermercados. Desde su primera detención grave, en el año 1974, ha sido detenido docenas de veces, se ha fugado tres o cuatro veces, participó en la lucha de la COPEL y en el año 1983 fue uno de los protagonistas de una revuelta en la prisión de Basauri.

En total ha permanecido preso más de 42 años, 15 de ellos en régimen de aislamiento (Régimen Especial, FIES y art.10).
Hace unos años le fue detectado un tumor nasal que ha requerido cinco complejas operaciones quirúrgicas. En el año 2016 Antonio cumplió las ¾ partes de su condena por lo que cumple las condiciones para acceder a la libertad condicional.

Amig@s cercan@s de Antonio, junto a la asociación vasca GGEBE-ADDSI (Asociación para la Defensa de los Derechos Sociales e Individuales), han iniciado una campaña para exigir su libertad inmediata. Para apoyar las gestiones que estamos realizando pedimos que se envíen cartas y e-mails al Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria, el JVP nº5 de Madrid (responsable de Estremera), la SGIP y la Junta de Tratamiento de la cárcel de Estremera.

(Adjuntamos modelos de escritos con las direcciones a las que enviar)

Os agradeceríamos información sobre las iniciativas solidarias  así como el apoyo público a esta iniciativa. También os animamos a enviar cartas, postales, telegramas, etc al propio Antonio:


Antonio Arevalilo Sanz

Centro Penitenciario Madrid VII
Ctra M-241, km 5.750
28595 Estremera (Madrid)

GGEBE-ADDSI    contacto: ggebe-addsi@protonmail.com
Gizabanakoen eta Gizarte Eskubideen Babeserako Elkartea/Asociación para la Defensa de los Derechos Sociales e Individuales

Modelo de escrito y direcciones para enviarlo

Fuente: Tokata

Hacia la abolición de las prisiones. El desafío de una justicia antipunitiva

 
Las cárceles no son reformables, pero sí son sustituibles por otras formas de prevenir las violencias, de acompañarnos en los daños sufridos y de abordar los conflictos sociales e interpersonales que no nos expropien de nuestra capacidad de autogobierno.
 

Estamos completamente habituadas a desayunar con la noticia de un crimen, la imagen del presunto culpable, el señalamiento del delito y la petición de más o menos años de cárcel por su comisión. Nos hemos acostumbrado a que el código penal se haga cargo de los conflictos sociales, a que estos se individualicen como asuntos interpersonales —violencias entre culpables y víctimas—, a que la única forma de abordarlos sea el castigo declinado mayoritariamente en penas privativas de libertad. Hemos naturalizado, en suma, la idea de justicia como venganza y la existencia de las prisiones.

Cada vez más alejadas de los centros de las ciudades, la realidad de las cárceles se mantiene invisibilizada. Cabría hablar de una banalización del encierro. Para tratar de salir de esta trampa queremos poner el foco, en primer lugar, en las poblaciones que hoy habitan las prisiones del estado español y en su función social, para apuntar, después, formas antipunitivas de abordar las violencias sociales.

¿A quiénes encierran las prisiones?

Según el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), a diciembre de 2023 había 56.698 reclusos en este país. ¿Y quiénes son las personas encerradas en las cárceles del Estado español? Mayoritariamente, hombres, extranjeros y pobres.

El 93 % de los reos son, efectivamente, hombres. Para entender esta desproporción de género cabe tener en cuenta, de entrada, que la asignación de las mujeres al ámbito reproductivo ha desplegado históricamente dispositivos específicos —culturales, psicológicos, religiosos, médicos…— para su control social. Además, las consecuencias del encierro no se circunscriben a quienes viven tras los barrotes. Así, entre las personas allegadas y familiares de los presos, las mujeres cargan de manera específica con el coste económico, social y afectivo de la prisión. Pero además, la socióloga Elisabet Almeda nos recuerda que España es uno de los países con más mujeres privadas de libertad de toda Europa: si la media europea se sitúa entre un 3 y un 4 % de mujeres respecto de la proporción al total de la población reclusa, la española prácticamente la dobla (el 7,1 % de presos son mujeres a diciembre de 2023).

En cualquier caso, para reflexionar sobre esta aplastante mayoría masculina habría que fijarse en la siguiente cifra: de las más de 56.000 personas encerradas en prisión a diciembre de 2023, el 16 % lo estaba por delitos relacionados con violencias sexuales. La dimensión de la cifra debería plantear un desafío a cualquier propuesta política emancipadora: el feminismo carcelario está ganando terreno y parece urgente reforzar un abolicionismo feminista que deje de asociar esta palabra prioritariamente a la guerra contra las trabajadoras sexuales para convertirse en sinónimo de lucha contra las prisiones, como sucede por ejemplo en EE.UU.

Las estadísticas de las prisiones nos indican también que el algo más del 31 % de la población reclusa en el 2023 eran personas extranjeras, según el Consejo General del Poder Judicial. Su número casi triplica el porcentaje de extranjeros en relación a la población total (12,7 %, según datos del INE de 2023), aunque el tanto por ciento de nacidos fuera de España asciende al 17 %. En estos mismos datos, se recoge que 4.000 personas de etnia gitana viven encerradas en las prisiones españolas, catalanas y vascas. Sin embargo, en España, según el Informe Foessa, viven en torno a 725.000 personas gitanas. Esto es, un escaso 1,52 % de la población es de esta etnia cuando entre la población reclusa su proporción asciende al 7 %. Por último, de acuerdo a un informe del defensor del pueblo, “cuatro de cada diez mujeres en prisión son de etnia gitana”, un tanto por ciento extremadamente elevado.

Para entender esta desproporcionada presencia de extranjeros y de población gitana entre las personas encarceladas, el dato crucial es que más del 43 % de los reos lo son por delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico —contra la propiedad privada— y contra la salud pública —elaboración o comercialización ilegal de drogas estupefacientes y sustancias psicotrópicas, en su mayor parte—. En efecto, como explica Mark Neocleous en Maderos, Chusma y orden social, la construcción del delito está estrechamente vinculada a la historia del capitalismo. Desde las «leyes terroristas» —término marxista— que entre los siglos XVI y XVIII criminalizaron toda posibilidad de sobrevivir al margen del régimen salarial, hasta la contrarrevolución neoliberal que aspiraba, en palabras de Margaret Thatcher, a «cambiar el corazón y el alma» de las personas para subordinarlos, diríamos nosotros, a la salvaguarda de la propiedad privada. Y ya en plena crisis del propio neoliberalismo, en el año 2015 en el Estado español, asistimos a una reforma penal profunda que aumentó el castigo tanto de la pobreza como de la protesta. Esta fue la reforma que introdujo la prisión permanente revisable y otorgó una autonomía insólita al poder policial —mediante la popularmente conocida como ley mordaza— o identificó como actos terroristas conductas delictivas menores o incluso lícitas —como la posesión de determinados textos o la lectura de determinadas páginas web—, lo que Günther Jakobs llamó derecho penal del enemigo.

¿De qué nos sirven las prisiones?

Si los crímenes son, como acabamos de ver, una construcción histórica ligada a las necesidades de un sistema económico concreto —el capitalismo— ¿cuál es la función social específica de las prisiones dentro de una idea de justicia esencialmente punitiva? En su obra Geografía de la abolición, Ruth Wilson Gilmore explica cómo el discurso de ley y orden de finales de la década de 1960 se conjuga y declina, a partir de 1980, en un sistema industrial carcelario. La idea básica es que frente a la crisis de beneficio capitalista, el sistema económico se habría decantado definitivamente por el capital en detrimento del trabajo. ¿Resultado? Esto es el neoliberalismo, amigos: un Estado que abandona las antiguas funciones redistributivas del pacto fordista para reorientar sus instituciones de inversión pública hacia una gestión más represiva de las rampantes poblaciones excluidas.

¿Y cómo se traduciría esto en el estado español? Salvando las distancias –según estimaciones de Gilmore, el 50 % de la mano de obra en Estados Unidos estaría hoy sujeta a algún tipo de condena penal, algo lejos del caso español–, podríamos decir que el régimen del 78 desplazó en términos policiales la centralidad del orden público —eje de las políticas represivas durante la dictadura franquista— en favor de la seguridad ciudadana. Ello a partir de la nueva ley de policía del PSOE de 1986. La transición debía recorrer el largo camino desde un régimen político que castigaba y encerraba toda postura discordante con el orden ideológico impuesto, a uno destinado a velar por la denominada “seguridad ciudadana”. Este concepto encierra, en buena medida, las profundas limitaciones que desde un punto de vista democratizador —lo que debería ser la distribución real de los recursos materiales y de la capacidad de decisión entre la población— caracterizan la transición española. ¿A qué nos referimos con “seguridad”? ¿Estamos hablando de la protección de contar con el acceso cotidiano a los bienes que hacen nuestras vidas posibles: casa, comida, salud, educación, libertad de movimiento, ingresos decentes? ¿A quiénes incluye hoy el concepto de “ciudadanía”?

El régimen del 78 llegó para seguir confrontando la inseguridad que inevitablemente generan la defensa de la propiedad privada y la economía capitalista. Una economía que, frustrada por la imposible recuperación de las tasas de beneficio de su edad de oro, comenzaba a renunciar —en los países llamados centrales— a la producción de bienes, para centrarse, fundamentalmente, en la creación exclusiva de dinero. Resultado: un capitalismo financiero con cada vez menos posibilidades de distribución igualitaria y cada vez más necesidades de exclusión. ¿Y cómo administrar sociedades en las que la porción de población excedente no deja de crecer? En la provincia española, al igual que en el resto del mundo, se destinan cada vez más recursos —simbólicos y económicos— al fortalecimiento del sistema penal: más código penal, más policía y más cárceles, en vez de más democracia, poder popular y condiciones materiales y simbólicas para una reproducción social posible y democrática.

Un paradigma de justicia, más allá del castigo y más acá de la justicia social

Si la composición social de las prisiones es un reflejo tanto de la desigualdad social que resulta del sistema económico, como de tendencias punitivas que están presentes incluso en movimientos, que, en un principio, se entienden como defensores de derechos, como el propio feminismo, el camino a seguir desde posiciones políticas de emancipación social debería ser cuanto menos, su decrecimiento y, como horizonte, su desaparición.

En este sentido, en el estado español hay mucho por hacer. Es cierto que la tasa de ocupación de las prisiones españolas se sitúa entre las más bajas de Europa. No obstante, este es el único dato positivo del que puede presumir el gobierno español, pues todas las demás estadísticas dibujan un sobredimensionamiento de la respuesta carcelaria. Así, según del informe SPACE de 2023, en España hoy hay 119 presos por cada 100 mil habitantes, eso es, una cifra tres puntos superior a la media europea. Y su población reclusa pasa además más tiempo en prisión, en concreto 22,7 meses de media, frente a los 12,4 de la media europea. En los centros de la Administración General del Estado, la horquilla más frecuente de condenas es de entre cinco y diez años, sin embargo, en Europa va de los doce meses a los tres años, según datos del Ministerio de Interior. Por último, en España solo el 17 % de los internos cumple su condena en semilibertad, mientras que en muchos países europeos el régimen abierto se aplica a más de la mitad de los reclusos.

La impugnación que suele hacerse a los planteamientos antipunitivos y abolicionistas de la prisión es la de qué haríamos sin la cárcel para protegernos y curarnos de las violencias inevitablemente generadas por la vida social y las relaciones de poder que esta pone en juego. Además, tras un daño sufrido, las personas solemos necesitar reparación y las sociedades, restauración de los vínculos dañados. Por último, la ausencia de castigo se tiende a identificar con impunidad e indiferencia social frente a un agravio que, cuando es de calado —asesinato de algún allegado, por ejemplo—, acarrea consecuencias económicas, psicológicas y sociales difíciles de encarar.

Las respuestas a tales demandas no son sencillas y pasan por el desafío político, subjetivo, económico y social de transformar nuestro paradigma de justicia. Una apuesta que exige, en primer lugar, reconocer que la justicia entendida como castigo penal, no sirve en la práctica para los fines disuasorios, retributivos y rehabilitadores que justifican su existencia. Las cárceles no están habitadas por seres irreversiblemente malvados, sino en general, por personas especialmente perseguidas y convertidas en criminales reincidentes por unas leyes penales que satisfacen principalmente intereses de clase. Estas personas cargan de forma individual con un castigo inseparable de sus causas sociales.

Si la sociedad como tal no se responsabiliza de manera colectiva de lo ocurrido y convierte, de manera tramposa, los conflictos en delitos, la reincidencia siempre será la única salida. ¿Por qué una persona X roba, viola, asesina? ¿Cómo podría hacerse realmente cargo del daño infligido? ¿Qué responsabilidades habría de asumir la sociedad respecto a una violencia acontecida y por su incapacidad de haberla evitado? ¿Cómo cabría superar el par víctima/culpable –ese binomio individualizante, mistificador y, sobre todo, inútil–, en términos de sanación y prevención? ¿De verdad alguien piensa que la reparación particular y colectiva de un daño se obtiene vía venganza? ¿Es el castigo pensado como aislamiento un dispositivo útil en términos de transformación emancipadora, tanto para el reo como para la sociedad en su conjunto?

Estas no son preguntas nuevas, sino que provienen de una tradición abolicionista de las cárceles que se originó hace mucho, como la criminología crítica abolicionista de las décadas de 1960 y 1970 en el norte de Europa, y que ha bebido y sigue alimentándose copiosamente de los feminismos negros abolicionistas y de los movimientos antirracistas en Estados Unidos –desde Critical Resistance hasta Black Lives Matter–. Una tradición que ha inspirado y producido dispositivos de justicia anticarcelaria tanto a la interna de los propios sistemas judiciales estatales (experiencias de mediación, conferencias y círculos, por ejemplo), como fuera de estos marcos institucionales (experiencias de justicia comunitaria en América Latina, en centros sociales de ciudades europeas y, en general, entre poblaciones para las que el recurso a la policía y a los tribunales no es una opción). Una tradición viva que urge conocer, declinar en prácticas situadas y desarrollar allá donde los conflictos forman parte de las relaciones sociales, es decir, en todas partes, desde los rincones más íntimos de nuestras convivencias domésticas hasta las calles, los espacios educativos, los movimientos sociales y las fronteras internas de nuestros barrios y ciudades.

Las cárceles no son reformables, pero sí son sustituibles por otras formas de prevenir las violencias, de acompañarnos en los daños sufridos y de abordar los conflictos sociales e interpersonales que no nos expropien de nuestra capacidad de autogobierno de los mismos.

Marisa Pérez Colina