«El/la anarquista no se fija en el éxito, la victoria, la competición. Lucha, porque es justo. Y en cualquier lucha la pérdida es parte de la vida. No cambia de idea porque pierde y mucho menos renuncia a la próxima lucha. El sistema se auto-alimenta por el pueblo que no lucha, no porque es invencible. El trabajo del anarquista es instilar en el pueblo la revuelta, no en segmentos, sino continúa. Como una onda que se retira y luego regresa. ¿Me preguntais si ganaremos? Me haceis la pregunta equivocada. Pregúntarme si lucharemos y responderé que sí.»
Luigi Galleani
Hoy hemos decidimos opinar sobre la operación «Renata». Otros escritos han analizdo la investigación, tanto en los aspectos represivos generales del Estado, como en lo que respecta a las lnstrumentos tecnológicos, inquisitoriales y jurídicos utilizados para golpear a aquellxs que aún se atreven a luchar por algo diferente, ¡y están todavía en las alas de la libertad!
Hemos decidido no dirigirnos a la Corte que nos juzgará ni a la diligencia de nuestros represores. No es la sala del tribunal el lugar donde elegimos hablar hoy.
Queremos hablar en aquellos lugares donde se lucha, donde todavía hay un espíritu crítico, donde hay hombres y mujeres conscientes de que hay muchas cosas que deben cambiar ahora, que este estado de cosas debe ser revolucionado.
Vamos a hablar sobre los hechos de los que estamos acusados o que están incluidos en la investigación.
Estas acciones, nocturnas o diurnas, individuales o colectivas, son parte de un conflicto que va mucho más allá de los hechos específicos o del territorio en el que se encuentran. Son el resultado de una conflicto más amplio, entre lxs explotadxs, los explotadores y quienes los defienden.
De estas acciones compartimos el espíritu, la ética, el método, los objetivos de estas acciones, independientemente de quién las haya realizado. Hablan por sí mismos, son comprensibles para la mayoría, señalan un camino: el de la liberación. Señalan con el dedo a quienes viven de la explotación y la guerra, del odio y la violencia, esperan algo más, algo que ponga fin a las peores atrocidades y barbarie, pero sobre todo pretenden destruir el muro de la resignación, en tiempos tan pobres de solidaridad humana, de rebelión y pensamiento crítico.
Quien en los últimos años ha dicho y sigue diciendo que tales acciones no sirven de nada, que el juego no vale la pena, que nada cambiará, que el ser humano definitivamente ha perdido la cabeza reduciendo la vida a una guerra constante fratricida, ha dejado de soñar, ha dejado de preguntarse sobre los responsables de las injusticias y sobre las causas que han llevado a la sociedad a un nivel moral, ambiental y material nada menos que inquietante. Entre las muchas cosas contadas en las carpetas, surge que en los últimos años hemos salido muchas veces a la calle con cascos y palos contra partidos y movimientos como la Liga, Casapound y Sentinelle. Hemos criticado en docenas de folletos, carteles e iniciativas de diversos tipos sus responsabilidades históricas y sus políticas reaccionarias: grupos políticos y religiosos que promueven el odio entre los explotados, que defienden a la clase dominante, que alimentan una sociedad basada en el privilegio, el racismo, el patriarcado y mucho más.
En estos tiempos áridos de lucha y conflicto social, nos escandalizan las prácticas de autodefensa en la calle, olvidando, junto con el pasado en el que esto era patrimonio común, el mínimo sentido común de distinguir la violencia reaccionaria de la violencia proletaria. No solo olvidamos lo que la policía, los carabineros, la iglesia y los fascistas ejercieron en este país, sino la violencia de anteayer: la violencia de Génova 2001, Florencia, Macerata y muchos otras. Dado que su papel y su tarea son siempre los mismos, siempre hemos considerado importante que su acción no encuentre ni silencio ni tranquilidad en el territorio en el que vivimos.
Y en cuanto a la revuelta de Génova en 2001, y a la venganza del Estado que sigue cayendo sobre los compañeros por esos días, es desconcertante leer con qué claridad una inteligencia colectiva logró en su momento prefigurar una serie de escenarios: la devastación globalizada, el neoliberalismo desenfrenado, el calentamiento global, las políticas anti-inmigrantes que producen nuevos esclavos…. un orden social que ahora ha llegado a la implosión.
Otro silencio que no aceptamos es el que rodea a los muertos en las cárceles y cuarteles. Desde la apertura de la prisión de Spini en Trento, muchos presos se han suicidado, otros lo han intentado, otros han muerto por negligencia médica o por el celo represivo de los carceleros. Hemos conocido el dolor y la ira de familiares, amigos y de quienes han perdido a sus hijos en manos del Estado, pero lamentablemente también hemos conocido la indiferencia y el silencio de la mayoría, a pesar de que esas tragedias están más cerca de lo que pensamos.
Los hombres y mujeres que desempeñan conscientemente el papel de torturadores deciden ayudar a defender una sociedad basada en el miedo, el chantaje, la venganza, la violencia y los prejuicios. Y siempre estaremos dispuestos a denunciar sus responsabilidades, obstaculizar su trabajo, presionar a otros para que se opongan a estos asesinos uniformados, con los burócratas cruzados o con una bata blanca.
Los que intentaron prender fuego a los coches de la policía local dieron una señal al respecto. Los policías locales no son sólo los que muestran las calles cuando es necesario, sino también los que participan en los desalojos de las personas que no pueden pagar la mensualidad al propietario, los que disparan a un niño por la espalda, como sucedió en Trento hace unos años, los que golpean a los negros, como ocurrió en Florencia, los que aplican el Daspo, los que participan en las redadas contra los indocumentados y realizan muchas otras atrocidades.
Las expulsiones, los campos de concentración -llamados CPR o Hotspot-, las muertes en medio del mar, en las montañas o a lo largo de las vías férreas son la rutina diaria de un mundo al que les gustaría que nos acostumbráramos. Por eso, los trenes de alta velocidad han sido bloqueados en solidaridad con los que están detenidos en un camino de montaña o con los que han sido retenidos en un tren de carga a pocos kilómetros de nuestro hogar. También por esta razón, el 7 de mayo de 2016, en el paso del Brennero, nos enfrentamos a la policía y bloqueamos el ferrocarril y la autopista. «Si los seres humanos no pasan, tampoco las mercancias»: este era el espíritu de aquel día difícil.
Frente a la feroz sonrisa del racismo de Estado, ¿debemos sorprendernos porque alguien, en octubre de 2018, atacó la sede de la Liga de Ala?
En noviembre de 2016, en Trento y Rovereto, varios coches de la Oficina de Correos italiana fueron incendiados. En los escritos dejados en los lugares de las acciones y publicados en los periódicos, se hacía referencia a las responsabilidades de P.I., que, a través de su filial Mistral Air, se enriqueció con la deportación a los países de origen de mujeres y hombres sin papeles para poder vivir en Italia. Sin mencionar que P.I. invierte una parte de sus ingresos en el fructífero negocio de la industria armamentística. Nos preguntamos cuál es la diferencia entre los acontecimientos de los años 30 y 40 y los de hoy. ¿Por qué recordamos a las víctimas de aquella época con el mea culpa de los hipócritas y nada parece sacudir los corazones de la mayoría de la gente hoy en día?
No pasa un día sin leer o ver esta o aquella guerra en periódicos, sitios web o televisores. Guerras de poder, guerras por intereses geopolíticos, guerras por el territorio, de dominio, por el poder. Guerras que provocan los grandes movimientos de hombres y mujeres. Estas guerras no son promovidas solo por grupos industriales como FIAT (con Iveco) o los CEO de Leonardo Finmeccanica y Fincantieri. A su servicio hay una gran cantidad de técnicos y científicos, un ejército con bata blanca, con guantes y manos esterilizadas, que trabaja en los laboratorios de nuestras ciudades, en las universidades a tiro de piedra de nosotros. En nombre de la ciencia y el progreso, cualquier «descubrimiento» está justificado, sin que surja alguna pregunta fundamental desde esos lugares: «¿A dónde conduce esto?», «¿Qué nuevos escenarios abre?». Aquí, en el Trentino democrático y pacífico, la Universidad colabora con el ejército italiano, ayuda a las instituciones israelíes a planificar mejor la opresión del pueblo palestino, deja que las principales empresas de armas entren en sus consejos y aulas. Ante esta flagrante connivencia, ¿nos sorprende que desconocidos incendiaran el laboratorio Cryptolab de la Facultad de Matemáticas y Física de Povo en abril de 2017? ¿Cuándo se ilustra la colaboración con el ejército en las mismas sedes universitarias?
¿Y qué hay del incendio de vehículos militares, en la noche del 27 de mayo de 2018, dentro del área de entrenamiento del campo de tiro Roverè della Luna? Además de bulldozers y camiones, tres tanques Leopard fueron incendiados. De producción alemana, son las mismas carros que Erdogan ha usado y usa para aplastar la resistencia kurda. Como decían de los carteles antimilitaristas que aparecieron en Alemania hace años: «Un vehículo militar que arde aquí = alguien que no muere en alguna guerra». Un concepto de simplicidad…. desarmante.
También sobre el tema del antimilitarismo y el internacionalismo, los documentos de investigación hablan de sabotaje de los cajeros automáticos de Unicredit, un banco que, sin contar sus inversiones en la industria de la guerra, es el principal financista del régimen fascista de Erdogan, que actualmente está mostrando toda su ferocidad en Siria y contra la disidencia interna. Y luego se menciona el sabotaje ferroviario con motivo del encuentro de los soldados alpinos. Para los que no tienen héroes que honrar, sino carnicería que maldecir, esos actos de hostilidad contra el desfile del nacionalismo y el machismo galonizado han reactivado un mínimo de memoria histórica: deserciones, motines, revueltas por el pan, huelgas en las fábricas, disparos contra oficiales particularmente odiados por la tropa, revueltas contra el grito de «guerra contra la guerra», el posicionamiento intransigente «contra la guerra, contra la paz, a favor de la revolución social», hoy cada vez más actual.
Apoyamos a los trabajadores portuarios de Génova, Le Havre y Marsella que se opusieron a la carga y descarga de material de guerra destinado al ejército saudita que durante años ha estado masacrando a la población yemení con bombas fabricadas, hasta el otro día, en Italia. Pero no estamos satisfechos. Queremos que los trabajadores abandonen las fábricas de armas, las navales y las químicas; que los científicos abandonaran sus laboratorios. Nos gustaría ver a las universidades en huelga, empezando por las de Derecho, donde se justifica la llamada «misión de paz» (lo llaman), nos gustaría que los ferroviarios bloquearan los trenes como lo hicieron durante la primera Guerra del Golfo.
A través de las guerras, los empresarios se enriquecen explotando la mano de obra de los trabajadores y comprando su conciencia por una miseria. Y menos aún si son las agencias de trabajo temporal quienes lo compran, aprovechando las viejas y nuevas leyes laborales y enviando a la gente a trabajar en proyectos devastadores como TAP en Puglia. Es por eso que no nos sorprende que alguien en Rovereto haya dañado una agencia de Randstadt, recordando que la guerra de clases no ha terminado.
Otra acción de la que se nos acusa es el incendio de los repetidores en el Monte Finonchio, sobre Rovereto, en junio de 2017. Siempre hemos denunciado, y ciertamente no somos los únicos, el daño ambiental causado por las decenas de miles de estas torres dispersas en todos los territorios, cuyas ondas causan tumores y diversos trastornos a humanos y animales (y mucho peor será con 5G). Además, tecnologías similares han reducido la capacidad de concentración y aprendizaje, condicionado la compra de bienes, creado necesidades inducidas y fuga de cerebros. Sin olvidar el aspecto más importante: el control social. Hoy en día, las investigaciones policiales se basan casi exclusivamente en interceptaciones de vídeo y audio, que pueden ensamblarse y desensamblarse a voluntad. La presión y el control se refuerzan con cada descubrimiento tecnológico, lo que a su vez asegura el negocio de las empresas que colaboran con los estados. Esta tendencia no es política, sino estructural, ya que el aparato se incrementa a sí mismo y, con el pretexto de la seguridad, lo justifica todo.
Tenemos el desafío de «planificar la revolución» a través de revistas, llamamientos y escritos. Pues si. No caemos ante las adversidades de esta época. Cada sacudida de rebelión, cada revuelta que tiende a la libertad, cada movimiento revolucionario que resuena más o menos cerca de nosotros es una razón para renovar las energías para la propaganda y la acción, a fin de solicitar a la sociedad que nos rodea un cambio radical. . Es por eso que a lo largo de los años hemos ocupado varios edificios: no solo para tener espacios en los que organizarnos y crear debates, sino también para tratar de poner en práctica la vida que nos gustaría, con nuestras fortalezas y debilidades. Quizás somos soñadores, románticos, engañados, pero también somos decididos, solidarios, internacionalistas, concretos.
Si tenemos que alzar nuestras voces frente a las puertas de un supermercado o a las puertas de una fábrica o una obra de construcción contra la infamia de propietarios y el estado, estaremos allí; si tenemos que bloquear proyectos como el TAV, subir a una perfotadora o dañarla, estaremos allí; estaremos allí donde se alzará la voz de la revuelta.
Finalmente, algunos de nosotros somos acusados de haber fabricado documentos falsos. La falsificación de documentos es un instrumento del cual todos los movimientos de lucha, anarquistas y otros, se han equipado para evadir la represión estatal, y a los que los explotados y los pobres recurren para viajar en busca de un lugar mejor para vivir. Especialmente en un mundo donde, si no tienes el papel correcto en tu bolsillo, mueres en el mar o en un campo de concentración libio, o terminas en uno de los muchos campos de concentración diseminados por la Europa civil y democrática.
Los investigadores afirman que un grupo de afinidad es difícil de «infiltrar y desmoralizar». Que quienes buscan el poder no entiendan a quién busca la libertad nos parece algo excelente.
No serán las sentencias y las cárceles las que nos hagan izar la bandera blanca. Seguiremos queriendo ese cambio radical que se vislumbró durante la Comuna de París de 1871, que hizo temblar tanto al Estado y a la patronal. Sabemos que este cambio radical no vendrá de la nada, debido a algún determinismo en la historia. Será el fruto de la voluntad, impulsada hacia las metas más elevadas de la convivencia humana, hacia la anarquía, «una forma de vida individual y social que debe alcanzarse para el bien de todos». (Malatesta).
Concepto tan simple como alejado de la situación en la que nos encontramos.
Cualquier acción que hoy indique a los responsables directos de la explotación humana y ambiental es útil porque demuestra que la opresión está más cerca de lo que creemos.
Pero a cada uno de nosotros nos corresponderá romper los miedos a los que quisiéramos ser sometidos y despertar de las comodidades materiales con las que matan el espíritu, los pensamientos y las ideas.
No obligamos a nadie a hacer lo que no quiere, pero tampoco les permitiremos continuar destruyendo y matando en nuestro nombre o con nuestra colaboración. No permaneceremos indefensos e inmoviles. No seremos silenciados ni arrastrados al lodo de la barbarie.
En estos años y meses hemos visto decenas de compañeros ir a la cárcel, algunos condenados a largas penas. Te invitamos a unir fuerzas y dar las respuestas necesarias a estos ataques contra nuestro movimiento. Actuando, inevitablemente se cometerán errores. Se trata de templar los cuerpos y las mentes para renovar la confianza en las ideas y prácticas de la libertad.
Quieren que caigamos en la resignación y el desconcierto. Ya han fracasado.
Dado que a los inquisidores les gusta jugar con las palabras (de otros) tanto como con los hechos, «Renata» parece otro enésimo tropiezo léxico, porque cada corazón ardiente está listo para «renacer» por cada mal sufrido.
Trento, 18 de octubre de 2019
Stecco, Agnes, Rupert, Sasha, Poza, Nico y Giulio
Fuente: Inferno Urbano e IndymediaBarcelona