La Secretaría General de Instituciones Penitenciarias recoge mediante escrito y remite con fecha 25 de junio de 2020 las indicaciones que la Dirección de cada centro penitenciario ha de tener en cuenta con el objetivo de alcanzar la “nueva normalidad”. Ante este escrito, nos preguntamos hasta qué punto se puede confiar en la puesta en práctica de las medidas expuestas. Las que conocemos la realidad del interior de las cárceles sabemos que estas medidas, tan aparentes sobre el papel, son inasumibles en la práctica. Para afrontar las nuevas circunstancias de manera que los derechos de las personas presas no se vean una vez más perjudicados, sería necesaria la adaptación de infraestructuras, dinámicas y recursos a las necesidades actuales. Y no lo que propone en el escrito la Secretaría General, que es exactamente el proceso contrario: valorar el cumplimiento o no de las medidas en relación a las posibilidades (escasas) que ofrece de por sí la cárcel.
Cuestionamos que exista una preocupación real por las personas presas pues el sistema sanitario en las cárceles es muy deficiente. Esto es algo que se viene denunciando mucho antes de la situación actual relacionada con la COVID-19. Nos preguntamos cómo se va a “examinar a todas las personas que ingresen en las cárceles” cuando la escasez de personal sanitario hace que habitualmente, las personas presas, encuentren problemas para ser atendidas cuando lo necesitan.
También desconfiamos sobre la implantación de medidas de prevención y control ya que hemos sido testigos de cómo, al menos hasta ahora, no se han puesto en práctica. En relación al uso de mascarillas, ya informábamos hacia final de marzo que tras haber hecho llegar unas 1.800 unidades confeccionadas en tela en casas y talleres particulares, sabíamos que no habían sido entregadas a las personas presas y que éstas no habían sido informadas del porqué de la cuestión. A día de hoy, la información que nos llega es que todavía no han recibido estas mascarillas. En cuanto a la distancia de seguridad, basta conocer algo sobre los espacios y las dinámicas en la cárcel para darse cuenta de que es prácticamente imposible cumplirla. Hemos visto también cómo la higienización de superficies y espacios tampoco se ha llevado a cabo de forma adecuada, por ejemplo en el caso de los teléfonos usados para llamar o para comunicar en los locutorios.
Queremos denunciar una vez más que hasta ahora las normativas han supuesto en todos los casos represión y merma de derechos para las personas presas. Y que, aunque la situación vivida por la población no reclusa haya permitido empatizar en algunos aspectos, no debemos olvidar que el encierro en las cárceles ha supuesto un aislamiento prácticamente total ya que allí dentro no existe la posibilidad de acceder por ejemplo a dispositivos electrónicos o conexión a internet que permita contactar con seres queridos o entretenerse; tampoco existen privilegios como elegir qué o cuándo comer; o la posibilidad de abrir la puerta y salir a caminar y respirar aunque sea unos minutos para hacer algún recado. La suspensión de todo tipo de actividades y programas de tratamiento ha eliminado también la posibilidad de pasar el tiempo de forma más amena o trabajar en el proceso de reinserción en el que supuestamente se apoya la existencia de las prisiones.
Conocer sobre lo que ocurre dentro de las cárceles suele resultar bastante complicado y conseguir datos o información veraz y sin distorsiones también. Pero si aun sabiendo esto optamos por confiar en las estadísticas ofrecidas por Instituciones Penitenciarias, nos alegramos al observar que a pesar que las medidas hayan llegado más tarde de lo deseable y hayan podido resultar arbitrarias o incluso innecesariamente severas, la COVID-19 no ha derivado en una catástrofe en el interior de las prisiones.
Por último, destacar que las personas presas han sido y son las principales responsables de la no transmisión del virus dentro de las cárceles. Desde el principio y a pesar de la escasez de información, medios y recursos a la que han sido sometidas, han sido ellas mismas las que han puesto en marcha estrategias de autocuidado, cuidado del resto y responsabilidad colectiva.
Fuente: C.A.M.P.A