El pasado 27 de febrero el preso político Mumia Abu-Jamal fue hospitalizado con graves problemas para respirar y líquido en los pulmones. En el hospital, no solamente dio positivo en Covid-19 sino que también le diagnosticaron una insuficiencia cardiaca congestiva, enfermedad con una tasa de mortalidad del 50% en los 5 años siguientes al diagnóstico.
Para quien no recuerde su historia, Mumia fue y es un periodista radiofónico y activista político, miembro de las Panteras Negras en su juventud, víctima como tantos y tantas jóvenes afromericanos/as del racismo institucional y judicial estadounidense. A punto de cumplir 66 años, Mumia ha pasado los últimos 39 en prisión, 28 de ellos en aislamiento en el corredor de la muerte, desde que en 1982 fuera acusado de asesinar a un policía blanco en un proceso judicial escandalosamente amañado. Su condena despertó un movimiento de solidaridad inmenso durante años y lo convirtió en un símbolo de la lucha contra la pena de muerte, hasta que en 2011 finalmente un juzgado conmutó la sentencia de muerte por la de cadena perpetua.
Ahora, diez años después, el movimiento de solidaridad con Mumia continúa luchando por su liberación, y esta vez con más urgencia que nunca. El diagnóstico de Mumia se suma a las afecciones que ya sufría, una cirrosis causada por la falta de tratamiento adecuado para su hepatitis C en 2014 (que le llevó nuevamente a los tribunales, ganando el caso y sentando un importante precedente para las personas presas enfermas de hepatitis), y una fuerte dermatitis que ha sido agravada en el hospital por haber estado fuertemente atado a la cama de muñecas y tobillos durante toda su estancia.