Los sistemas penales tienen dos funciones principales: una material que contribuye a sostener la acumulación concentrada de capital y una simbólica, que funciona naturalizando un orden antisocial y legitimando las tareas de control que el estado-mercado asume para garantizar dicho orden. Tal es el punto de partida imprescindible de toda práctica y todo discurso que quieran resistir y transformar esa estructura criminal que nos gobierna, en el Reino de España como en tantísimos otros hábitats neoliberales. Desde los orígenes de la cárcel como forma de castigo y, más aún, desde el principio de los tiempos capitalistas, las penas han evolucionado en íntima relación con las exigencias impuestas por eso que mal llamamos «modelo económico». Daniel Jiménez
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