La cárcel no sirve para cubrir carencias de salud y sólo contribuye parcialmente a las políticas de seguridad al inocuizar temporalmente a enfermos, discapacitados, toxicómanos y alcohólicos.
Más del 70% del personal en prisiones se dedica a vigilancia y un escaso 6% a tareas sanitarias. Falta personal, equipamientos y presupuesto.
El personal sanitario es el que debería preservar estos derechos; aún más, teniendo en cuenta la vulnerabilidad de sus pacientes.
Porque, que la población reclusa está enferma no lo niega nadie. Más de la mitad son toxicómanxs, otrxs tantxs tienen trastorno mental y en altos porcentajes padecen enfermedades crónicas tales como diabetes, insuficiencia crónica, epilepsia, asma… Además de enfermedades infecciosas y transmisibles como tuberculosis y VIH entre otras.
El 80% de lxs presxs consume psicofármacos y al menos el 40% drogas.
Más de 500 presxs se han suicidado desde el año 2000 y otrxs tantxs han muerto por sobredosis. Estas son las muertes mayoritarias y vienen a formar parte de las mal llamadas “muertes naturales”. Y, por supuesto, no entran en las estadísticas aquellxs que murieron en la calle al poco de salir en libertad por enfermedad grave.
Más que una política sanitaria lo que impera en la cárcel es una política de exterminio que se ejecuta con total impunidad. Los médicos se niegan a redactar los partes de lesiones cuando les golpean o les torturan. Sin olvidar la contención mecánica comúnmente conocida como camisa de fuerza, la cual forma parte del trato degradante de las torturas, dándose 7000 casos al año de modo regimental y provocando problemas médicos por opresión de los órganos o incluso un cuadro de hipoglucemia en el caso de una persona con diabetes.
En el caso de muerte o mejor dicho asesinato, los familiares se encuentran con ocultación de pruebas, informes falsos y grandes dificultades para que se realicen segundas autopsias.
Según los artículos 104.4 y 196 del Reglamento Penitenciario, existe una total violación del derecho que tienen los presxs de pasar sus últimos días de vida con los suyos.
El acceso de las personas presas a la sanidad en España es precario; tienen una salud extraordinariamente más quebrantada que las personas en libertad. El Estado no garantiza la salud de los presxs.
Los médicos de prisiones no dependen ni del Ministerio de Sanidad ni de las Consejerías de las Comunidades Autónomas, sino del Ministerio del Interior. La dependencia de los médicos al Ministerio de Interior hace difícil conjugar la normativa penitenciaria con el acto médico.
Existen diferentes programas según adicción o patología: dependencias para trastornos mentales, dependencias para toxicómanos, programas de prevención y control de la tuberculosis, programa de vacunaciones, programas de prevención de enfermedades de transmisión parental y sexual y de prevención y control de la infección VIH y hepatitis C, vigilancia epidemiológica de enfermedades transmisibles y no transmisibles, plan de prevención de suicidios… pero nada de esto se aplica.
En este clima, se hace imposible respetar los derechos del recluso-paciente, entre otros, el derecho a la intimidad ya la confidencialidad de las informaciones relacionadas con la salud, el derecho al consentimiento informado y a renunciar a un tratamiento, el derecho a unas condiciones básicas de salud y a una atención sanitaria aceptable.
Sería necesario eliminar los regímenes de aislamiento, perseguir y terminar con la impunidad para torturar y realizar tratos degradantes, establecer criterios para una penalidad racional en la duración y en la proporcionalidad, evitar la existencia de cadenas perpetuas, acabar con la dispersión como castigo a lxs presxs y a sus familias y dotar a las cárceles de una sanidad equiparable a la que disfrutamos las personas en libertad.
Todo médico tiene que velar por que no se cometa ningún abuso contra ninguna persona, pero queda patente la indefensión de lxs presxs que crean los servicios médicos dentro de los centros penitenciarios.
Abuso de opiáceos, descontrol en la repartición y dosificación de la medicación (incluso llegando a dar la medicación toda junta en caso de puentes y festivos) siendo conscientes de las sobredosis que se dan, del trapicheo de pastillas y de la consecuente generación de conflictos; pasar por alto y no diagnosticar enfermedades crónicas y muy graves, suministrar medicación forzosa mediante técnicas de engaño.
Si te encuentras enfermx y necesitas que te vea un médico hay que apuntarse un día antes, y quien decide poner en conocimiento del médico es el funcionario, el carcelero; es decir, depende de que te crea o no te crea.
El diagnóstico normalmente para todxs es casi el mismo. Siempre unx tiene dolores o duerme mal o va con problemas de metadona o psicológicos o psiquiátricos. Y como ya son conocidos los problemas, no les dan la importancia que se requiere. Y todo es rutinario.
Las enfermedades serias son diagnosticadas tarde o ni incluso eso. La exploración en la cárcel es visual. Y si sientes un dolor, paracetamol y sino ibuprofeno, y ya está. Te consideran enfermo crónico si eres drogodependiente, esta es la enfermedad que tienes y todos los problemas que vayas allí a exponer son “eso”, la drogodependencia.
El 70% de la población carcelaria está afectada psicológicamente y con tratamiento psiquiátrico. La mayoría de ellxs no saben lo que están tomando. Otrxs, que entran de la calle y tienen ya una medicación prescrita, allí se la quitan y le dan otra cosa parecida o no le dan nada. Porque luego entra el chantaje, el querer humillarte, que pases por el aro…
Incentivan el uso y abuso de metadona para mantener al “delincuente”, para controlarle en la cárcel y posteriormente en la calle. Porque una vez que sale, está controlado por el centro que lo dispensa y policialmente también. Y si les das problemas, te dan Monacate o Lagartín, y te dejan neutralizado total, no puedes ni andar. Ahí es donde ya entra la destrucción consciente del individuo… ¿Y si te niegas a tomar la medicación psiquiátrica? Te cogen y te inmovilizan. Además estas medicaciones son adictivas y en algunos casos los efectos duran varios meses.
Existe medicación excesiva de manera intencionada. Para dormir se dispensan transilium, Valium y medicinas derivadas de opiáceos las cuales te crean dependencia. Si te trasladan a la cárcel te cortan la medicación de manera radical. Si tienes un ataque de ansiedad, o tienes agobio o algún síntoma derivado de estar encerrado tanto tiempo… para eso no tienen ninguna medicación. Porque allí te dan una medicación cuando hay situaciones excepcionales, mientras no esté tu vida en peligro…, aunque a ellos no les importe, pero tienen que justificar que han querido salvarte.
La enfermería como tal no existe. El hecho de la enfermería es como un justificante legal. Estás encerrado en vez de en una celda en la enfermería y vigiladx por otro preso, ya que el trato con el médico en la enfermería es escaso. Si tú no solicitas que vengan, allí no te revisa nadie.
Y no olvidemos la crisis del coronavirus que ha supuesto ansiedad, pánico, alejamiento y una mínima comunicación con familiares. En la cárcel el Estado de Sitio no es temporal, es constante.
La cárcel es para destruir, para degradar, para debilitar, para condicionar.
Por desatención médica sientes esa impotencia de que te puedes llegar incluso a morir, porque no te hacen caso.
¡Qué cese la complicidad de los médicos en la tortura!