Un deseo para 2020


¿Dónde están mis amigos? Encerrados sin motivo.
Extremoduro, Pepe Botika

La Navidad es una época de mierda para mucha gente. A psiquiatras y psicólogas les multiplica el trabajo con tanta happycondria. El abogado Andrés García-Berrio publicó un post en facebook y fue como si recibiera una orden: ““En navidad la crueldad que supone la privación de libertad se acentúa. Son días en los que está bien hacer presente la cárcel y a las personas presas y sus familiares. Pongamos los focos sobre la cárcel en estos días que la cárcel duele tanto“. Pongámoslos.

Como vivo en un barrio donde siempre enganchas conversaciones sobre gente que acaba de salir (cuando entran nunca se oye nada), había normalizado el hecho de que, durante décadas, de prisiones sólo hablaran los cristianos y los anarquistas, tan diferentes como ejemplarmente constantes en su apoyo a las personas presas. Será por eso que ahora alucino con que se hable cada día de presos pero no haya ningún debate social sobre las cárceles, sobre su funcionamiento y su necesidad. Al contrario, las noticias hablan de un villancico especial para los presos y presas políticas, o de los 800 lotes de navidad que el Barça ha enviado a Lledoners (vaya, resulta que los presos también tenían lote antes de los recortes), y lo que queda en el ambiente es la sensación de que las sentencias injustas del todo, pero las cárceles muy bien gracias.

Y no. Las prisiones de muy bien nada. En Cataluña el mismo Gobierno reconoció hace un par de años que la mitad de las personas presas tiene problemas de salud mental y en el Estado, después de un puente de diciembre trágico, Instituciones Penitenciarias ha hecho protocolos especiales para reforzar la vigilancia de las personas con “tendencias suicidas” porque la Navidad es “especialmente difícil”. Y tampoco hay nada bueno en que vayamos atrás en populismo punitivo, incluso en ámbitos supuestamente de izquierdas: el discurso de las alternativas a la prisión ha desaparecido del mapa y los sindicatos de funcionarios de prisiones denuncian a Iñaki Rivera, director del Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos, en vez de premiarlo por su contribución a la mejora del sistema carcelario. Organizaciones internacionales de defensores de derechos humanos como Front Line Defenders se hacen cruces y aquí no nos escandalizamos suficiente.

Pequeño detalle para no ignorar: la gran mayoría de presos no ha matado ni violado ni hecho daño serio a nadie, y buena parte tienen problemas de drogas o de salud mental. Lo que necesitarían es un hospital y no una prisión, y lo que Iñaki Rivera ha hecho es recoger en un informe los abusos y maltratos a que están sometidos, muchos de ellos relacionados con el derecho a la salud, porque como dice el Comité Europeo para la prevención de la tortura: “un nivel inadecuado de asistencia sanitaria puede conducir rápidamente a situaciones que caigan dentro del ámbito de trato cruel inhumano y degradante”. A pesar de todas las recomendaciones internacionales y todos los protocolos, las quejas se acumulan: dificultad para tener citas o pruebas médicas; falta de seguimiento médico de enfermedades mentales, de enfermedades graves o crónicas; imposibilidad de denunciar malos tratos que los informes médicos no se faciliten o no los recojan; tratamientos médicos impuestos o excarcelación in extremis por motivos humanitarios.

Todas estas cosas y muchas más explican los presos que están haciendo huelgas de hambre desde hace tres años y los colectivos que les apoyan. No has oído hablar, ¿verdad? En Barcelona dieciséis colectivos anticarceralarios han montado diferentes actos durante todo el mes de diciembre. Pusieron una parada informativa en la puerta del Hospital Clínico para explicar que no es normal que tanta gente muera en prisión, que se suicide o caiga por sobredosis, y que tienen dudas muy razonables sobre la necesidad y la intención de medicar y sobremedicar tanto a tanta gente. La reacción mayoritaria era de desconcierto al ver una pancarta donde decía “Familias de presos de Cataluña”, en castellano y sin rastro de lazos amarillos. Muchas caras de y estos quienes son.

La pancarta la sacó de su bolso la Gracia Amo, una madre y abuela coraje que transmite fuerza y ​​decisión. La muerte de su hijo hace tres años la ha convertido en activista y ahora trabaja con otras madres, hermanas y esposas de presos. Aunque su hijo ya no está, continúa visitando a sus compañeros y su número de móvil corre por Brians como el de Helena Maleno entre los migrantes cuando cogen pateras. Ella habla de “insalubridad” sin pelos en la lengua. “Lo peor que me podían hacer, ya me lo han hecho”. Dice que los patios de las cárceles son cementerios vivientes de toxicómanos arrastrándose por el suelo. Como su hijo lo era, de entrada no se sorprendió de su muerte por sobredosis, pero cuando pidió una segunda autopsia resulta que no era de heroína sino de benzodiacepinas que ningún psiquiatra había prescrito. Vivimos en un país tan normal que ninguna familia a quien se le muera alguien en prisión confía en las autopsias oficiales.

Gracia compartió el post del Andrés y dice que sí, que la Navidad es dura cuando falta alguien en la mesa, pero también porque se mueve más droga de lo normal y eso siempre tiene consecuencias. “La droga entra. Lo que no Dejan entrar es nada que las haga bien “. Me cuenta que en Mas Enric han dado una paliza a un interno y que el resto han hecho un plante en el patio y han conseguido que venga la doctora a tiempo para ver y certificar los golpes y las heridas, pero que al que lo promovió le han metido en aislamiento. Un clásico. Y lo escribo y me da vergüenza haber oído tantas veces historias similares y no haber hablado nunca.

Le pregunto por los presos políticos. Quiero saber (quiero creer) que el maldito hecho de que estén ahí servirá al menos para mejorar la situación de los presos comunes, y acaba rápidamente con el debate que tantas tertulias ha ocupado: “todos son presos políticos”. Con más recursos, con buenos abogados y buenos juicios mucha gente estaría fuera. Es el sistema lo que no funciona. “Urdangarin sale de permiso cuando le toca. Son los otros los que no salen cuando les toca “. También lo dijo Paula, detenida postsentencia, que eran presas políticas sus compañeras, cuando salió de Wad Ras: “La mayoría son migrantes y lo único que han hecho ha sido intentar sobrevivir”. Los y las presas políticas oficiales han hecho más visibles las cárceles pero su presencia no siempre ha beneficiado el conjunto: sus huelgas de hambre invisibilizar el resto. Con contundencia pero sin reproches, espeta la evidencia: “Ninguno de ellos morirá. No les negarán comprar en el economato, ni asistir a talleres “. Y llegado este punto, a mí, a saber por qué, me vienen a la cabeza los motines de los presos comunes tras las amnistías de la II República o de la transición, y la voz de Robe de Extremoduro: “Se abrió un claro entre las nubes, Hemos vuelto a ver el sol, como dos presos comunes, en el tejado de una prisión.”

La Gracia hace un año que está detrás de una segunda operación de muñeca para un interno al que le sobresalen los tornillos de la piel. Su deseo para el 2020 es que todos los presos vivan dignamente y pide más apoyo de abogados y médicos, y más comunicación con aquellas familias que tienen más recursos y atención. Ojalá se haga realidad y también, como pedía el Andrés, que en 2020 sea el año que las cárceles dejen de estar en los márgenes de la vida política.

P.D: Hoy 31 de diciembre, 23ª Marcha de Wad-Ras y luego, concentración en el CIE de Zona Franca. Nunca agradeceremos bastante esta conciencia militante y constante.

Montse Santolino

Fuente: Tokata