Historias desde las cárceles de mujeres del estado Egipcio

Encarcelamiento de una mujer pobre en un país árabe. Estas pocas palabras bastan para reflejar una vulnerabilidad sostenida sobre un fino hilo, al borde del abismo de la depresión, y una se pregunta: ¿Cómo no se sumergen en ella? ¿Cómo no se esconden ahí hasta desaparecer? ¿Y cómo, muchas veces, no se transforman en monstruos?

Se han contado una y otra vez las mismas historias sobre las cárceles árabes sin que se consiga ningún cambio. En ellas hay igualdad entre hombres y mujeres, aunque únicamente en el sufrimiento y en la falta de derechos. Sin embargo, para las mujeres presas, el impacto del dolor se multiplica enormemente a causa de su rol peculiar y de sus necesidades particulares.

Miles de mujeres están encarceladas en Egipto. Las cárceles más conocidas se llaman Damanhour, en la gobernación de Beheira, y Al Qanater, en El Cairo*. En ellas están encerradas centenares de historias sobre dificultades, carencias y vacíos jurídicos, ausencia de justicia que sufren por igual las llamadas delincuentes y las presas políticas como Mahinour al Masri, que ha pasado por diferentes cárceles, Jamila Serreddine o Salma al-Khechen que fueron encarceladas por defender causas públicas y ofrecen ahora sus testimonios en este articulo.

Mahinour es la que ha ido presa más veces y conoce, por tanto, la realidad de varias cárceles, mientras que Jamila ha tenido una experiencia peculiar, vinculada a enfermedades y negligencia médica. Todas están ya en libertad. Hemos recopilado sus testimonios concentrando también nuestra lectura en textos y experiencias que se han esforzado por aportar alguna ayuda o cambio, hasta hoy en vano.

Necesidades especiales

Cuenta Jamila Serredine: “la prisión no da nada. Todo lo que necesitamos lo compramos en la llamada “cantina”, la tienda del centro penitenciario, o nos lo traen las familias en sus visitas. Y la que no tiene dinero o ha sido rechazada por su familia vive tras las rejas una situación angustiosa. Las presas que no tienen dinero tienen que trabajar en la limpieza, de los servicios, por ejemplo, en la cocina y lavando la ropa a cambio de un paquete de tabaco, que es la moneda de la cárcel”. Y Mahinour al Marsi nos dice: “Como la administración penitenciaria no proporciona casi nada a las presas, se ven obligadas a comprarlo. Las compresas son de lo que más falta hace y en prisión se venden el doble de caras que en la calle. Se necesitan al menos 30 gineh (moneda local) al mes… Y la solidaridad se vuelve algo básico y fundamental, las presas que pueden prestan a las que no pueden, si no, la vida se convertiría en una trituradora para las presas que no tienen apoyo familiar.

Para Jamila: “La cárcel es una sociedad aparte, tiene sus propias leyes, unas leyes casi siempre injustas, y la administración no interviene para rectificarlas. La llamada “boss”, normalmente la presa más experimentada, es la jefa del dormitorio, recibe una paga, paquetes de tabaco como impuesto de las demás presas que tienen ingresos, y ella se encarga de pagar a las que tienen que trabajar y ocuparse de todas las tareas de limpieza. He visto a muchas presas necesitadas que recogen las sobras de la comida carcelaria, nada más que tomates, patatas podridas y algún trozo de pan, vuelven a cocinarlo todo y se juntan para comer.”

Las que llevan el dolor dentro: las embarazadas y las madres

La vulnerabilidad aumenta, se multiplica, cuando la presa está embarazada o tiene con ella a un recién nacido cuya supervivencia está en juego. Entonces, las necesidades particulares se transforman en cuestión de vida o muerte. Según los testimonios e informes oficiales, en el dormitotio de las madres de la cárcel de Quanater hay entre 130 y 150 mujeres, mientras que en Damanhour la cifra no suele sobrepasar las 20 o 30.

Y el dolor y el calvario de una embarazada o de una madre que tiene que dar el pecho a su bebé es el dolor de todas. Todas viven como suyas las realidades de las demás y tienen el miedo de sufrir lo mismo algún día, sobre todo las llamadas “delincuentes reincidentes” porque salen de la cárcel y vuelven, víctimas de condiciones económicas y sociales que les empujan a elegir deliberadamente la entrada la cárcel.

Jamilla relata: “Las embarazadas no tienen ningún trato de favor. Todas somos iguales frente a la ausencia de asistencia médica. La embarazada vive con nosotras hasta el último mes de su embarazo, cuando es trasladada al dormitorio de las madres a esperar el parto. Hay una ginecóloga en el hospital pero esto no significa nada. Los médicos y enfermeras maltratan a las presas y se comportan con una extrema arrogancia. No hay ningún exámen médico moderno, ni siquiera un exámen modesto, ningún análisis, ninguna radiografía, los únicos medicamentos que hay son calmantes que se dan para el dolor de cabeza o para el dolor de estómago, sin diferencia. La embarazada no recibe ningún alimento complementario, ni vitaminas. He visto a una compañera con el vientre hinchado desmayarse después de una jornada de trabajo. Al día siguiente no volvió a trabajar y la “boss” la castigó obligándola a dormir en los servicios.

Y añade Mahinour: “Es verdad, no hay ninguna consideración. He visto a algunas vender su ración de comida para ahorrar algo y no verse obligardas a trabajar durante el embarazo. Una noche, fuimos testigas de un aborto provocado por el cansancio y la mala alimentación. Otra noche, una presa estaba a punto de parir, golpeamos la puerta del dormitorio durante dos horas, pero la carcelera se había ido sin dejar las llaves a la otra responsable, que nos dijo que no podía hacer nada. Y la presa no tuvo otro remedio que dar a luz entre nuestras piernas. Noches horribles, llenas de sangre y con el fantasma de la muerte amenazándonos.”

El dormitorio de las madres

En el dormitorio de las madres, una historia aún más dolorosa, que empieza con la poca cantidad de leche en polvo que da la cárcel y termina cuando arrancan al bebé del pecho de su madre. Mahinour: “En la cárcel de Damanhour había crisis y conflictos frecuentes: gritos que traspasaban los muros de los dormitorios para protestar contra la poca cantidad de leche en polvo que ofrece la administración. Las madres, en un estado de salud deplorable,  no producen leche suficiente para alimentar a sus criaturas y están obligadas a alimentarlas con leche industrial, a pesar del peligro que representa para su frágil sistema digestivo. He visto a madres, por su extrema necesidad, vender la leche industrial y obligar a sus bebés a conformarse con la poca leche que producían ellas y, pocos días después del parto, volver a trabajar y dejar a sus recién nacidxs bajo nuestras protección.”

Jamilla, madre de tres niños, cuenta que vivió un hecho particular: “En la cárcel de Al Qanater, había un dormitorio especial para madres y, a pesar de la existencia de un minúsculo parque con algunos columpios, nunca vimos a niñxs disfrutar del parque. Lxs niñxs salían al patio con sus madres durante las horas autorizadas semanalmente. Un día, me chocó ver a una madre con su bebé en la espalda en el sector de las condenadas a muerte, un recién nacido viviendo con su madre psicológicamente destrozada, esperando su ejecución inminente y escuchando a veces los gritos y lamentos de otra presa que se preparaba para ser ejecutada. Hablé con la joven madre y me dijo que su bebé tenía menos de un año, que ella no tenía familia y que estaba esperando que lo llevaran a un centro de acogida fuera de la cárcel. Nos pusimos de acuerdo en que el niño se quedaría conmigo y que ella vendría a visitarle y darle el pecho, y la madre era feliz cuando llevaba a su hijo conmigo durante las visitas de mi marido y mis niños.”

Cifras e indicaciones

Todo el mundo conoce la veracidad de estos testimonios a pesar de la ausencia de datos oficiales. Salma el Khechen, una militante por los derechos de la mujer, hizo un encuesta a más de 30 presas, entre políticas y “comunes”, de la cárcel Al Qanater, sacó estas conclusiones :

– El dormitorio era de dos salas, podía acoger hasta 50 presas embarazadas o madres de recién nacidos. Cuando el bebé tenía dos años era sacado de la cárcel, su madre se iba a otro dormitorio y el niño o niña tenía derecho derecho a visitar a su madre cada 15 días acompañadx de un familiar.

– Las literas son de dos pisos, dos camas una sobre la otra en vez de tres como en los demás dormitorios. Si las presas son más de 50, no se añade ninguna cama más y la nuevas con sus bebés se instalan en el suelo a la espera de una cama vacía.

– Hay una ginecóloga o ginecólogo, un pediatra, a veces algún especialista, pero todas las presas están de acuerdo en que “el mismo hospital necesita un hospital.”

– La cárcel reparte pequeñas e insuficientes cantidades de leche, yogures, zumos, frutas y verduras, y comidas con carne o pollo, pero siempre en mal estado. Los familiares pueden traer comidas y alimentación durante las visitas y hay una nevera en cada dormitorio.

– La cárcel no ofrece ningún complemento alimenticio ni a las madres ni a las embarazadas.

– Los partos se hacen de forma natural o por cesárea y no hay un servicio especial para partos. A veces el recién nacido es llevado a un hospital fuera de la cárcel bajo la responsabilidad de la familia, o del Estado, si el bebé es de lxs llamadxs “ilegítimos.”

Estos testimonios e informaciones se asemejan totalmente a lo que afirma Nawal Moustafa, presidenta de una asociación de protección de niñxs de madres presas. Ella dijo: “Según lo que sabemos, el número de madres presas es de alrededor de 150 mujeres. Después de dos meses de visitas, hemos logrado definir sus necesidades más importantes. Todas las madres insisten en que sus primeras necesidades son ropa para bebés, vacunas, leche infantil, asistencia médica efectiva, visitas de médicos especialistas para enfermedades dermatológicas y gastrointestinales.” Nawal afirma también que se llegó a un protocolo de acuerdo con el ministerio del interior.

Unx niñx bajo el peso de la ley

Jamila Serreddine salió de la cárcel y ya no supo más sobre su joven amiga, la madre condenada a muerte, ni tampoco sobre lo que pasó con su bebé, pero las leyes vigentes no dejan ninguna duda sobre lo que pasó. Según el articulo 20 de la ley penitenciaria el niño o niña se queda con su madre hasta cumplir los dos años y, después, se entrega a su familia o es llevado a un centro de acogida. El articulo 68 es el más duro y el más injusto, estipula que la madre condenada a muerte no puede quedarse con su bebé más de dos meses. Es una legislación muy criticada y hace años que una comisión parlamentaria y el consejo nacional de protección de la madre y de la infancia propusieron algunas modificaciones:

– Prolongar la estancia del bébé con su madre hasta los 4 años y que a los dos debe estar también en una guardería dentro del centro penitenciario.

– Las madres condenadas a muerte pueden guardar a sus bebés hasta que cumplan los dos años.

– Sustitución de las penas de privación de libertad por sanciones de trabajo social para mujeres embarazadas o madres que han cometido delitos pequeños.

Han pasado dos años desde la presentación de estas propuestas y la situación sigue igual, nada ha cambiado.

Mona Sleem

Traducido al castellano por Abderrahim

* La cárcel Al Qanater se encuentra en las afueras del Cairo y es la cárcel de mujeres más grande de Egipto. Damanhour es otra ciudad que se encuentra a 160 km del Cairo y a 70 km de Alejandría.

Original en árabe

Fuente: Tokata